Se pone unas antiparras. Luego se frota el pecho, con ambas manos. Pasa sus brazos por encima de la cabeza y los estira, como apuntándole al horizonte. Junta los pies. Flexiona las rodillas. Respira. Respira. Respira y salta. Splash.
Son las 13.28 de la tarde. Nada boca abajo. Rápido, muy rápido. Mueve un brazo: lo saca del agua, lo mete. Mueve el otro brazo: lo saca del agua, lo mete. Sale uno y entra el otro. Gira la cabeza, hacia el lado izquierdo, primero; hacia el derecho, después. Abre la boca, forma un círculo con los labios. Parece un pez. Bate las piernas, pero no salpica. A las 13.31, se detiene. Ha braceado 196 veces en tres minutos.
Aaahh, aaahh, aaahh, aaahh. Está agitado. Se oye su respiración y el golpeteo del agua contra la lancha. Sobre la embarcación, nadie habla. Solo lo miran, con admiración.
- Cuando nado, siento calor en el pecho y en el estómago- dice. Se quita las antiparras y resopla. El agua del dique El Cadillal, al norte de Tucumán, deja que el sol se refleje en ella y forme miles de burbujas plateadas, que se encienden intermitentes. Y se mueve hacia donde el viento la quiere llevar. Este miércoles de agosto está helada, a unos 10° de temperatura.
El hombre que nada no siente frío. Se llama Matías Ola, es tucumano, vive en Buenos Aires y tiene 28 años. Pretende unir el mundo con sus brazadas y sin traje de neopreno, un material aislante que usan los nadadores de aguas abiertas, como él. Pero Matías afronta las travesías sin protección -ya verán porqué-.
De su proyecto, que es auspiciado por el Gobierno nacional, participan unos 10 profesionales, entre los que hay un entrenador, un rescatista, una psicóloga y un médico. El periplo es seguido, también, por unos científicos del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas y de la Universidad de La Plata, que investigan la adaptación y la recuperación del cuerpo a la hipotermia. Además de los objetivos deportivos y científicos, Matías persigue otra causa: quiere que la natación sea un deporte accesible e igualitario. Hasta ahora, ha efectuado uno de los siete cruces planeados, en el estrecho de Bering, localizado entre Asia y América. En esa ocasión, la temperatura del océano osciló entre los 3° y los 12°, y su hazaña entró en el libro de los récords Guinnes. En el próximo tramo, previsto para septiembre, intentará nadar desde Tarifa, en España, hacia Marruecos, en Africa.
El sueño de este hombre, que tiene una apertura de brazos de casi dos metros (1,93 centímetros), comenzó a sus 21 años, cuando ingresó al club Central Córdoba, en la capital provincial. Fue en marzo de 2006. Las personas que esa tarde lo oyeron pedir una pileta pensaron que el dueño de una altura de 1,85 metros y de unos pies talla 44 sabría nadar, y no pusieron reparos en que se metiera. A los segundos, tuvieron que sacarlo porque apenas flotaba. Ese día empezó a fraguar su talento. Cuatro años después, entró al Centro Nacional de Alto Rendimiento Deportivo (Cenard), donde se transformó en lo que es hoy: el tucumano que a fuerza de brazadas rompe récords.
- En mi provincia era muy difícil desarrollar este deporte. Cuando llegué a Buenos Aires, me sentí como un artista en Hollywood. En vez de nadar en una pileta de 25 metros, lo estaba haciendo en una de 50 metros- dice. Luego vinieron los andariveles olímpicos y los estilos. Brazada amplia, inmersión. Brazada amplia.
- ¿Para qué nadás?
- Siempre me ha gustado nadar. Desde que era un niño soñaba con hacerlo. Cuando comencé con las travesías en aguas abiertas, encontré algo más que el gusto por la natación, porque en esta modalidad no se compite, sino que se persigue un objetivo solidario. En mi caso, nado para que el deporte sea para todos, no sólo para quiénes pueden pagar un club privado. Los atletas deben desarrollarse en sus provincias.
- ¿Por qué pretendés unir el mundo a nado? ¿Por qué Matías Ola quiere hacer aquello que otros no hicieron, ni intentaron ni pensaron? ¿Cuál es la necesidad?
- La travesía es un pretexto para que mi voz sea escuchada. Es la herramienta que utilizo. Mi objetivo no es cruzar los cinco continentes, sino que se construya en Tucumán un centro de alto rendimiento deportivo.
- ¿Cuándo se te puso en la cabeza que se podía nadar a temperaturas cercanas a los 0° y casi desnudo?
- En una oportunidad, en 2010, me encontraba en Miami en una competencia. La pileta estaba situada frente a la playa. Ese día, a mis 24 años, conocí el mar. Y quise hacer prácticas en aguas abiertas. Volví a Buenos Aires y se lo comenté a mi entrenador. Él me respondió que un buen nadador no usa traje de neopreno. Acepté, sin imaginar a qué temperaturas me iba a enfrentar. Al año siguiente me metí por primera vez en aguas heladas.
- ¿Cómo resultó esa experiencia?
- Fueron muy importantes las instrucciones que había recibido de mi equipo. Sabía que debía entrar con tranquilidad y que no tenía que rechazar el frío. Era cuestión de controlar ciertos pensamientos y situaciones. Pero fallé. No podía respirar. No coordinaba la respiración porque mis pulsos habían aumentado. Entonces me puse boca arriba, para tranquilizarme. Y comencé a sentir un calor interno, en el pecho y en el estómago, el mismo que he sentido luego en cada sumergida. Poco a poco, aprendí a disfrutar de lo que estaba haciendo.
- ¿Cuál fue la temperatura más baja que has soportado?
- He nadado a 1,5°. Fue en enero de 2011, en el glaciar Ventisquero Negro, en Bariloche. Estuve 10 minutos en el agua. Fue anestésico. Sentía que mi cuerpo estaba anestesiado, endurecido. Me parecía que no había nada alrededor. Mis manos eran piedras que se movían. No sé a qué profundidad habré descendido, pero no tuve miedo. Cuando salí, le dije a mi equipo: 'chicos, nos vemos en el Bering'. - ¿Cuánto tiempo aguantás en aguas gélidas? - Depende de la temperatura, pero he logrado permanecer más de una hora.
- Continúo sin entenderte. ¿Qué hay de lindo en ello?
- El desafío. Eso es lo lindo. Los desafíos no son fáciles. Eso me gusta.
- ¿Cómo son las horas previas a una travesía?
- Estoy relajado. La noche anterior imagino la situación que voy a vivir, y pienso cómo voy a resolverla. Como muchas proteínas y pocos carbohidratos. Tomo té azucarado y caliente.
-¿Cómo es tu entrenamiento?
- Nado 64 kilométros semanales, unos 12 kilómetros por día. Debido a que soy un nadador de aguas frías, entreno como velocista y como fondista. Tengo que nadar a la mayor velocidad posible, para que mi cuerpo produzca más calor y pueda permanecer más tiempo en el agua. En promedio, recorro un kilómetro en 12 minutos.
- ¿Qué pensamientos pasan por tu cabeza antes de cada zambullida?
- Estoy muy concentrado en mí y en lo que voy a hacer. Trato de poner en blanco el resto. Sé que para superar cualquier desafío, debo estar concentrado. Escucho música antes de entrar al agua. Y cuando me quito los auriculares, los que están a mi alrededor saben que no deben hablar. Es como un minuto de silencio.
- ¿Qué sentís dentro del mar?
- Que soy nada.
- Hasta ahora hiciste uno de los siete cruces planeados. ¿Cómo imaginás lo que te espera?
- En el estrecho de Bering aprendí que el mar es un mundo en sí mismo, con muchos estados de ánimo. Durante seis días, estuvimos nadando contra un mar furioso. Realmente furioso. Era increíble que no se calmara nunca. Nadamos en la oscuridad. Nadamos de madrugada. Nadamos bajo la lluvia. Nadamos con olas de hasta tres metros. Nadamos 134 kilómetros. Y cuando al fin llegamos a Alaska, el agua estaba mansa. Como si fuese una pileta. No puedo imaginar lo que vendrá, porque el mar es impredecible.
Hace dos horas que estamos en El Cadillal. Matías sale del agua y se viste otra vez, vuelto de espaldas. Su pelo es castaño y lo usa corto. Mojado, le queda por encima de la oreja. Tiene la espalda ancha, anchísima. Sus manos son grandes. En unas semanas, intentará unir Europa con Africa. Cuando haya concretado todos los cruces, se convertirá en el segundo hombre del planeta en conectar los cinco continentes a nado, después de Marcos Díaz, un dominicano de ultra distancia en aguas abiertas, y el primero en hacerlo sin ropa acuática. Me pregunto si lo logrará. Existen razones para vaticinar que sí será capaz de enfrentarse al mar, a esa línea de aguas eternas. Seguro puede bracear más de 196 veces.